
Eran pasada las ocho de la tarde cuando se oyeron ruidos de voces en el
salón,
Luisito jugaba en su cuarto con su amigo el
pecesito dentro del frasco, al
oír los ruidos
aguso el
oído, eran los mismos de siempre, discusiones de sus padres, la mama reclamaba por aquellas llegadas tardes sin explicaciones, el padre se violentaba y
estrallaba cosas, pateaba y
maldecía al mismo tiempo, las voces se entrecruzaban y no se
entendía nada, solo un ruido estruendoso, ya que las paredes de la casa se sumaba a la
acción aportando su capacidad para propagar lo que
decían cada uno , hasta que se escuchaban los secos golpes acompañados de maldiciones, luego los alaridos desgarradores de la esposa implorando que la dejara.
Luisito se tapaba los
oídos, no
quería escuchar aquello que se
había convertido en una
cotidianidad en su casa, se atemorizaba demasiado y tanto ruido le atormentaban el
espíritu,
impidiéndole disfrutar de todo lo que cada niño desea, un hogar tranquilo y estable.
Luisito pensaba que al igual que a el su amigo
también sufría por las peleas de sus padres y cuando estallaban el colocaba tapa al recipiente evitando que su pez
escuchara y se alterara su tarde veraniega, de paso, y con frecuencia se pasaba las noches casi en vela, y esta noche no fue la
excepción. Al
día siguiente temprano en la mañana, el
bocinazo del
autobús escolar señalaba la partida hacia el colegio, salia corriendo a despedirse de su madre y
veia los moretones que marcaban la piel del rostro, sus ojos se quedaban fijos en ellos, hasta que la madre le empujaba para que se marchara, sin cruzar palabra alguna. En las tardes y noches el niño jugaba solo en su cuarto con su amigo,
contándole de futuros viajes que
harían al parque de
atracciones,
también hablaba de
safari y
días de caza en el bosque, sabia que
irían solos, ya que no
tenían quien les acompañara. Su padre nunca estaba en casa, y su madre se la pasaba dentro de su cuarto en espera de la llegada de su marido no el que la golpeaba, sino otro mas tierno y amante, que la estrechara entre sus brazos y la elevara al cielo con frases de amor. llegada que nunca se hacia a las horas que los empleados salen de sus respectivos trabajos, sino muchas horas
después, y en ocasiones no venia a dormir, lo sabia porque no
oía el crujir de los goznes de la puerta del frente al abrirse.
Luisito jamas hablaba con su madre, ella estaba siempre con la mirada perdida y el
interés de vacaciones y no prestaba
atención a nada a su alrededor. En veces la espiaba
detrás de los muebles a ver que pensaba, que hacia y ella tan absorta en su mundo de
desolación y desengaño que no reparaba que su hijo la observaba en silencio. Llegó a saltar
de atrás de su escondite y la abrazaba, ella lo miraba y era como a un extraño.
Luisito, que siempre jugaba solo y jamás demandaba
atención alguna, no la necesitaba, estaba tan ocupado
contandole historia a su amigo el pez que se le iban las horas sin darse cuenta. El pez
vivía en un litro de agua en el frasco donde lo colocaron el
día de la venta,
traía en su memoria celular grabado su lugar de origen, un
océano inmenso, azul y donde
podía ir de un lugar a otro, jugar con sus amigos de la especie y nadar sin limite ni paredes que lo contengan.
Luisito también vivía en una pecera de mas
tamaño pero estaban limitados ambos. Un
día el niño salio de su casa con la mochila escolar en su espalda y caminó hasta el final de la calle dobló la esquina y se dirigió a la estación del tren, espero la llagada de uno en especial, que lo
llevaría a un lugar donde
había ido antes con la maestra de su colegio,
conocía el tren y esperó que apareciera , cuando llegó subió hasta el,,
después de mucho tiempo de viaje, mas de una hora, se bajó en una parada específica y caminó hasta llegar a la playa,,
allí destapó un bote y dejo salir a su compañero, su
único fiel y leal amigo, al principio el pez se quedo pegado a la boca del frasco, nadaba lento y
volvía a entrar, salia y hacia lo mismo, hasta que en un momento nadó y nadó hasta perderse mar adentro, el
niño se quedo mirando la anchura infinita del
océano por un largo rato, con la mirada perdida en el infinito, cuando
sintió que se acercaba la oscuridad, se despabiló y volvió tras sus pasos, llego a su casa y fue al cuarto de su madre y le dio un beso, ella lo miro, como siempre y le
sonrió, el con amor en sus ojos le dijo
vámonos, salgamos de esta pecera mama, afuera hay un gran
océano, la madre
asintió y juntos arreglaron sus cosas y se marcharon tomados de la mano.
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